Les da un carro para trasladar el féretro tirados por dos toros bravos con la mala intención de deleitarse con un espectáculo divertido, imaginando los pobres seguidores de Jesús lidiando con aquellos animales.
Pero su plan se ve fastidiado, ya que Dios obra otro milagro y los toros bravos se vuelven mansos y tiran el carro sin dificultad alguna.
Hasta llegando al monte Libredón, donde se quedan inmovilizados. Ya se entiende. Ni para adelante, ni para atrás.
Consideran esto como señal divino, los discípulos dan sepultura allí mismo a Santiago el Mayor construyendo alrededor un pequeño santuario.
Tras morir ellos también descansan allí y apartir de ahí llega el olvido.
Así lo cuenta el capítulo III del Codex Calixtinus: